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A veinte años de la piña a Astiz, el autor revive la historia

 Había una vez un represor de la última dictadura que se tomó unos días de descanso en Bariloche. Una mañana desayunó en el hotel, se calzó la ropa de esquí y salió temprano a esperar el transporte. Pero todo cambió en un instante cuando un trabajador municipal que había estado secuestrado y sufrió torturas durante aquellos años negros lo reconoció en la banquina, se bajó de su vieja camioneta y le pegó una paliza en plena avenida Bustillo.

El esquiador frustrado era Alfredo Astiz, quien por entonces no tenía juicios en curso y se movía con entera libertad. "¡Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara para andar por la calle!" fue la frase que precedió al primer puñetazo. El marino que había sido responsable de la desaparición de las monjas francesas y las primeras madres de Plaza de Mayo, retrocedió con el rostro ensangrentado.

El autor de "la piña a Astiz" fue Alfredo Chaves, un guardaparque municipal que estuvo "chupado" en el Vesubio durante 8 meses y una vez liberado se refugió en Bariloche. La repercusión del ataque fue inmediata y en un principio Chaves eligió no darse a conocer, hasta que Hebe de Bonafini lo convenció de presentarse en público y contar lo ocurrido.

Cuando todavía reinaban los indultos y las leyes de impunidad, ese 1 de septiembre de 1995 rompió a su modo con el clima de época. "Fue como salir a decir que esas heridas sólo se cicatrizaban con justicia", asegura Chaves 20 años después.

En los días previos la presencia de Astiz en Bariloche ya había generado varias denuncias públicas y el Concejo Municipal llegó a aprobar una declaración de repudio pero sin unanimidad: los ediles Héctor Bogisic, Norberto Simón (del PPR), Juan Carlos Pulleiro y Rubén Alomo (del PJ) se negaron a firmarla.

Chaves y otros militantes de los derechos humanos se habían acercado una tarde de lluvia al hotel Islas Malvinas (donde se alojaba el verdugo) y ataron en la vereda una pequeña pancarta que decía "Astiz asesino, fuera de Bariloche".

Pero en la mañana del 1/9 los hechos se aceleraron. "Eran las nueve menos diez de un día radiante. Yo había dejado a mi hija en la escuela y volvía para Llao Llao. Cuando paso por el monolito, enfrente del hotel de la Marina, estaba ahí parado, con una chica, como mirando para el centro. Lo ví y más que verlo lo vibré -rememora Chaves-. Seguí de largo dos kilómetros y pegué la vuelta. Tengo que contarte primero que por esos días mis dos hijas, que tenían 12 y 15 años, me preguntaron qué haría si me cruzaba con los que me torturaron en el chupadero. Siempre había pensado que si me cruzaba a uno le pegaba una piña y salía corriendo, les dije. Pero era una fantasía como tantas otras".

- ¿Volviste al monolito entonces?

Claro. Quería asegurarme de que fuera él. Pasé por la otra mano y el chabón seguía parado en la banquina. Me convencí de que iba a estar ahí hasta que yo vaya a trompearlo. Era una señal de la vida. Tenía que suceder así. Me quedé de atrás del monolito en la camioneta, lo miré bastante. Quería asegurarme de que no tuviera un arma, ni guardaespaldas. Yo nunca lo había visto personalmente. Sólo en fotos, pero no estaba tan joven. Mientras pensaba todo ésto temblaba como una hoja. Entonces volví a pasar para el oeste, paré la chata a 50 metros, la dejé en marcha y me bajé. Ahí ya estaba frío. Me acerqué y le pregunté "¿Vos sos Astiz?". "Sí, ¿vos quién sos?". "Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara para andar por la calle". Y me miró de costado, con asco. Ahí le pegué un golpe de lleno en la cara, se fue para atrás y se dobló. Le pegué una patada en las bolas, más patadas y trompadas hasta que me agarró como para tirarme, pero no pudo. Le seguí pegando en la cabezota y le metía los dedos en los ojos, gritándole "hijo de puta, criminal, asesino". Fue un desahogo. Ya estábamos en medio de la ruta y se había armado una caravana de autos. Todos mirando la pelea. En eso me levanta de atrás un amigo, Roby Eiletz, que me dijo "dejalo Chaveta" y me llevó en su auto para los kilómetros".

- ¿Astiz qué hizo?

El tipo sangraba, pero ni dijo nada. Yo le grité de todo: "vos te cagaste con los ingleses y lo único que sabés es matar adolescentes por la espalda. Tiraste monjas de los aviones, hijo de puta, cobarde, traidor a la patria". Todo ese verdugueo lo disfruté más que las trompadas.

- Fue más o menos como lo habías fantaseado.

La verdad es que en el momento previo estaba cagado en las patas. Pero me acordé de lo que le había dicho a las nenas. Y tuve una imagen con el tipo parado ahí, con ropa de esquí. Pensé "ahora se sube al colectivo y se sienta al lado de una viejita con un pañuelo en la cabeza, una Madre de la Plaza, con esa cara de soberbio". Eso me imaginé. Y entonces me bajé de la chata.


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