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El "Campamento de las Comunidades" dejó los corazones encendidos

 El cura Renzo de 80 años encendió la antorcha, la oscuridad había ganado desde hacía rato ese valle del río Manso, apenas los contornos de las montañas se podían distinguir en el fondo negro azulado de esa hermosa noche patagónica; más abajo un hormiguero de pibes se movían inquietos, hablaban no muy alto, como entendiendo el momento, casi "250 pibes de los barrios" que habían llegado ese mediodía, invadiendo con sus carpas las generosas tierras originarias de la familia Huenchupan, las montañas, los árboles, el río más manso que nunca, la ansiedad, .
Arrancaba "El Campamento de las Comunidades", extraño experimento milagroso de construcción de vínculos, de integraciónes cruzadas de los pibes de los barrios, de los pibes con los grandes, de todos con la naturaleza, de las personas de otros barrios con los barrios vulnerados, de cada uno con uno mismo y con el hermano, como debe pasar necesariamente en cualquier campamento que verdaderamente lo sea.
El cura Renzo de 80 años encendió la antorcha y con esa llama, al principio temerosa, débil, insignificante, pero que tomó valor a medida que pasaban los segundos, o los años, encendió las 12 antorchas de los jóvenes que en círculo recibían la llama y la responsabilidad de mantenerla viva, ellos simplemente representaban a los 250 que miraban en silencio, porque la llama de "lo nuestro" se mantiene entre todos, puede haber alguien que se distinga, pero eso es solo circunstancial, los protagonistas son emergentes de las comunidades, eso lo explicó muy bien Renzo en silencio, como solo él sabe explicar las cosas sin hablar, con miradas apenas, y trabajo humilde. Algunos pibes no sabían lo que estaba pasando pero intuían la gravedad en el aire, algunos otros comprendían el momento, la despedida, los 80 años cargados en esa llama, tantas tardes de caminar bajo la nevisca del alto con la bolsa de pelotas en la espalda, para ir a darle clases de básquet a un grupito de no sé qué pibes, de no sé qué barrio que están perdidos, solos, explicaba en silencio; también de tantas lágrimas como la que el cronista vio rodar por su mejilla cuando mataron a Maxi Vera, lágrimas sin palabras, silencios atronadores y lágrimas por tantos pibes muertos en los barrios.
El cura Renzo de 80 años encendió la antorcha, su fuego prendió las 12 antorchas más chicas, y estas prendieron el fogón de la primer noche, las maderas secas se contagiaron rápidamente y una mágica danza de fuego iluminó las caras de los 250 que extasiados miraban ese espectáculo natural, bien distinto de las pantallas que suelen atraer su atención y con las que el sistema les roba inocencia a sus mentes jóvenes. Detrás de las caras inmóviles estaban los grandes que habían venido a ayudar, entre ellos, el incansable grupo de la cocina, esos que nadie podía entender por qué gratuitamente se levantaban a las 7 de la mañana para tener el desayuno para los pibes a las 8, y al terminar, empezar a pelar papas durante horas, calentar agua con fuego de ramas en ollas que parecían bañaderas, para servir el almuerzo a las 2, para después limpiar todo hasta las 4, para volver a empezar con la merienda y terminada esta la cena, y volver a limpiar, y irse a dormir a las 2 de la mañana, para volver a empezar a las 7 una vez más. De ese rítmo solo podía tomarse dimensión al escuchar a una de las madres que 48 hs después de arrancar el campamento dijo resignada, "¿está lindo el río?, todavía no lo pude ver", creímos que era un chiste pero el cansancio en su cara nos desmintió, los que lo escuchamos giramos la cabeza hacia el río, ese que estaba a menos de 30mts detrás de los arbustos, y entendimos el verdadero valor del servicio a los demás, y pensamos en tantos que se llenan la boca todos los días en instituciones públicas o privadas hablando, o cobrando sueldos, en áreas relacionadas con la juventud y que jamás harían ni una pizca de ese esfuerzo.
El cura Renzo de 80 años encendió la antorcha, bien lejos de su Italia natal, o de cuando a los 12 años entró al seminario sin entender bien que pasaba, bien lejos de cuando hace más de una década llegó a Bariloche y empezó su tarea silenciosa, bien lejos de despachos oficiales, de complejas estrategias pedagógicas, de mesas interinstitucionales de articulación multidimensional, de supersueldos de ministros que jamás pisarían un lugar así, o de empresarios que después de comprar dólares blue para girar al exterior, o de evadir impuestos, tironean para su provecho del presupuesto estatal, que de esa manera nunca llega para achicar la brecha que hace que la vida sea una carrera tan desigual, esa que mientras algunos corren bien alimentados, entrenados, ayudados por medios, tecnologías, o inercias; otros son invitados a hacerlo sin piernas, sin alimento, cuesta arriba y con pesadas mochilas. Pero en esos días no hubo carrera desigual, solo compartir, jugar, amigarse, cosas que deberían poder hacer los pibes de todos los barrios todos los días, pero que no es así."Tenemos que reconocer que la estamos pasando bien, tenemos que reconocer que podemos ser todos amigos" dijo Rafa en un recitado en el siguiente fogón, "¡tenemos que reconocer!", como que les costara a los pibes hacerlo, porque no están acostumbrados, porque la vida de todos los días, no tiene tantos juegos, ni amigos, ni compartires; tiene más bien la calle dura, las escuelas que no incluyen, los barrios sin servicios, los padres ausentes, el alcohol, los transas, los tiros a medianoche rozando las casillas sin piso, los policías que pegan por portación de cara, la falta de futuro.
El cura Renzo de 80 años encendió la antorcha que después, o antes, ya había prendido los corazones, nadie volvió a ser el mismo después de ese fuego, Yanina puso todo en su lugar justo, con sus firmes palabras suaves, "en este campamento hay pibes que pueden sostener un encuadre y hay pibes que no, que debemos esperar y ayudar, no se confundan, es una decisión haberlos traído a todos". Omar incansable, del lado de todos, nos hizo reír, nos hizo pensar, jugar, compartir. El equipo de la SEDRONAR del que me siento profundamente orgulloso, que se fundió con los pibes, generosamente, y ya está en el corazón de la mayoría de ellos. El Gallo y su haka, Gustavo y su "bienvenido sinvergüenza", los referentes, los que iban y venían, y miraban extrañados lo que estaba pasado en ese lugar perdido de la cordillera, con esos pibes perdidos de los barrios perdidos, ese cuadro nuevo y viejo que invitaba a soñar una sociedad en la que entren todos, la llama de la antorcha se contagiaba en la mirada de cada uno y todos se quedaban mirando en atronador silencio, como la mirada de 80 años que encendió todo.
Fernando Fernández Herrero
Agradecimientos:
-A todas las comunidades de la Parroquia San Cayetano
-A las familias que colaboraron con trabajo o dinero para poder sostener este campamento
-A la Secretaría de Desarrollo Humano de la Municipalidad por la comida
-Al gobierno de la Provincia por los micros y los talleres de Usinas
-A Cáritas, Institución Salesiana, y la Sedronar por sus aportes económicos
-Al equipo de la Mi Casa (Casa Educativa Terapéutica de Sedronar)
-A todos los que colaboraron desinteresadamente para que este campamento sea realidad.
-A todos los chicos y chicas, y sus sonrisas, que son el motivo y la recompensa más que suficiente por todo esto.


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