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Inconsistencia: los ingresos caen el doble que los gastos

 Redacción central - "Vamos a tener que sacar recursos de otros lugares, como la obra pública”, afirmó la semana pasada el jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña, luego de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación abortara el tarifazo al gas implementado en el mes de mayo.

Lo cierto es que con o sin tarifazo las cuentas no le cierran al fisco, y la meta de reducir el déficit fiscal está hoy muy lejos de concretarse. El rojo fiscal en el primer semestre del año fue de $ 133.000 millones y las estimaciones más optimistas indican que al finalizar el 2016 será cercano a los $ 300.000 millones, es decir, más de 7% del PBI, casi el doble de 2015.

El “plan de vuelo” del gobierno al momento en que despegó la nueva gestión era claro y preciso: salida del cepo cambiario, cierre del capítulo holdouts como señal de “vuelta al mundo”, reducción de la planta de trabajadores del Estado como uno de los principales componentes de gasto, reducción de retenciones al campo para ganar competitividad exportadora, sinceramiento de tarifas a fin de reducir la masa de subsidios y lluvia de inversiones privadas para financiar la coyuntura y sostener el nivel de actividad.

El plan sin embargo no contemplaba los nubarrones con los que se topó la gestión económica en los primeros ocho meses de gobierno. La salida del cepo, el arreglo con los buitres y la limpieza de la plantilla de trabajadores resultaron relativamente exitosos. En el resto de los ítem la cosa no fue tan sencilla.

La transferencia de recursos al campo estuvo lejos de traducirse en una mejora cualitativa de las exportaciones. Durante los primeros siete meses del año, las ventas al exterior de productos primarios crecieron 20% en cantidad, pero ello no logró compensar la caída de los precios internacionales, tanto en productos primarios como en bienes industriales y commodities en general. El saldo fue una caída del 4% en las exportaciones entre enero y julio.

Parece trillado, pero el sinceramiento de tarifas fue el mayor paso en falso de la flamante gestión de gobierno. Ya no solo por la improvisación y la mala planificación en la implementación del tarifazo, sino por el escaso resultado que el mismo reportó en términos de gasto. En el primer semestre, el monto total de los subsidios a la energía y el transporte ascendió a $ 97.000 millones. Idéntica suma a la registrada en la primera mitad del 2015.

Pero si el objetivo de reducir el monto de subsidios es difícil de alcanzar, la “lluvia de inversiones” que desde el gobierno insisten en anunciar con bombos y platillos se parece mucho más a un slogan ideado por el consultor Jaime Durán Barba, que a una realidad concreta que ayude a materializar transformaciones concretas. Al inicio de la semana pasada durante un acto oficial, el presidente volvió sobre la promesa cuando manifestó: “Son más de u$s 35.000 millones de proyectos que se han lanzado, y esto comienza claramente”. Sin embargo los mismos números oficiales le dan la espalda al mandatario. Según informó el Banco Central (BCRA) durante el primer semestre del año ingresaron apenas u$s 2.200 millones en concepto de inversión por parte de no residentes en el país. En el mismo periodo, el propio BCRA reportó que la formación de activos extranjeros por parte del sector privado no financiero (fuga de capitales) alcanzó los u$s 6.000 millones. Es decir, se fueron u$s 3.800 millones más de los que entraron.

Las cuentas no cierran

“Macri va por más deuda. Buscará endeudar al país todo lo que se pueda para financiar un déficit fiscal que este año será como mínimo de 7,5% del Producto Bruto Interno (PBI)”. Así pronosticó el economista José Luis Espert esta semana en diálogo con la Agencia Télam.

No le falta lógica al planteo del especialista si se analizan en detalle los números que arrojan las cuentas del Estado nacional en la primera parte del 2016. Según los datos que proporciona el Ministerio de Hacienda y Finanzas de la Nación, en dicho lapso los ingresos del Estado llegaron a $ 982.000 millones, lo que representa un crecimiento interanual del 23%. Los gastos en tanto alcanzaron $ 1.104 .000 millones, con un incremento del 30,69% en relación al 2015.

Si los datos se deflactan utilizando el índice de precios de la provincia de Neuquén, resulta que en términos reales los ingresos del fisco cayeron 11% mientras que los gastos se redujeron un 5,5%.

Cualquier almacenero de barrio conoce una cuenta muy sencilla. Hay dos formas de incrementar las ganancias o reducir las pérdidas: haciendo crecer los ingresos o achicando el gasto.

Salvando las distancias, sucede lo mismo a nivel agregado, con las cuentas de un país. Difícilmente se pueda reducir significativamente el déficit, si tal como muestran los datos el ritmo al que caen los ingresos duplica la velocidad a la que se reducen los gastos.

No se trata de algo trivial. Tanto desde la batería de medidas adoptadas por el gobierno como desde la retórica oficial se apunta solo a la reducción del gasto como la llave maestra para destrabar el rojo en las cuentas del Estado. Una mirada muy parcial. La realidad de la gestión en estos primeros meses parece haber demostrado al gobierno que recortar ciertas partidas presupuestarias no es tan sencillo como parecía en campaña. Un claro síntoma son las críticas que surgen desde especialistas muy afines al gobierno, los cuales consideran que el ajuste aplicado quedó “demasiado corto”. Sucede que el costo del ajuste en términos del termómetro social es quizá mucho más alto que el potencial beneficio financiero. En especial si se tiene en cuenta que el armado político de cara a las elecciones legislativas del año próximo ya está en marcha .

La paradoja surge al hablar de los ingresos. Es de por sí complicado lograr que el Estado multiplique los ingresos en una coyuntura signada por una fuerte caída en el nivel de actividad. El Estimador Mensual de la Actividad Económica (Emae) que publica el Indec muestra para el mes de junio una baja del 4,3% en la actividad respecto a junio de 2015. El relevamiento de las ventas (en cantidad) que realiza la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (Came) muestra una caída del 8% en julio y del 6,6% acumulada en el 2016. Con semejante panorama, el efecto sobre la recaudación impositiva es el esperado. Durante el primer semestre del año, la misma cayó un 6,6% en términos reales, y alcanzó un 20 % en julio último.

Resulta empero que en el seno del equipo económico adhieren a la idea de que la presión fiscal en Argentina es demasiado alta. Efectivamente, si se compara con los países de la región, Argentina está al tope de la lista con una presión fiscal del 37%, frente al 32% de Brasil, el 28% de Uruguay o el 23% de Chile. Es por ello que Macri desembarcó con la idea de reducir la presión impositiva. La quita de retenciones al campo y a las mineras, la reducción en la alícuota sobre los autos de alta gama, la reducción del IVA a jubilados y pensionados y la potencial reforma del impuesto a las Ganancias van en esa línea.

El gran problema es que si la intención final es achicar el déficit, provocar una reducción en la masa de ingresos más genuina que recibe el Estado, la recaudación fiscal significa que el objetivo de eliminar el rojo en las cuentas solo es posible con un ajuste en el gasto mucho más profundo.

Como quien pone una zanahoria delante del burro para que la carreta no se detenga, los gurúes explicarán que la economía se encuentra justo en medio del cuello de botella, y que todo será distinto una vez que se hayan terminado las correcciones. Deja vu: “Estamos mal, pero vamos bien”.


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