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Los hijos del padre de la ciencia

 
“Mi padre decidió estudiar física a pesar de que no dictaban la carrera en Córdoba. Con un compañero, le plantearon al rector de la universidad que la institución tenía la obligación de formarlos pero que al no poder hacerlo, debían otorgarles una beca para estudiar en La Plata. Se las dieron. Esta anécdota marca su carácter”, relata Carlos Balseiro, uno de los cuatro hijos de José Antonio Balseiro, el mentor y ejecutor del instituto que hoy lleva su nombre en Bariloche, una de las instituciones más prestigiosas a nivel nacional e internacional.

Carlos y Esteban siguieron, al igual que su padre, el camino de la ciencia. “En la elección, tiene que ver el entorno en el cual uno se cría y nosotros crecimos en un ambiente de científicos”, reconoce Esteban, biólogo que se desempeña desde hace 30 años en Universidad Nacional del Comahue.

Carlos está a cargo de un área de investigaciones en el Centro Atómico Bariloche, donde también se desempeña como profesor. “Siendo estudiantes, cuando decidimos empezar una carrera en ciencias, pesó mucho la mirada de la gente. Que quienes nos conocían, observaran constantemente qué hacíamos. Cada uno de los cuatro hijos pudo hacer su propio camino, más allá de ser los hijos de aquel Balseiro y hoy, somos dueños de nuestro propio destino”, asegura Carlos, físico, de 65 años.

En 1952, José Antonio Balseiro optó por suspender su beca en física nuclear en la Universidad de Manchester, cuando el entonces presidente Juan Domingo Perón le pidió integrar la Comisión Investigadora del Proyecto Huemul en Bariloche. Con sólo 32 años, su informe fue devastador ya que le advertía al presidente que había sido engañado por el físico alemán Ronald Richter.

“Tenía una personalidad fuerte con ideas claras pero a la vez, una capacidad de transmitir y entusiasmar. Tengo pocos recuerdos de él porque falleció cuando tenía 5 pero una de las cosas que me llamó la atención siempre fue su informe sobre la Isla Huemul con sólo 32 años. A los 36 años ya había puesto en funcionamiento el Centro Atómico. Me da por preguntarme: ¿qué hice yo con 60 años?”, destaca Esteban.

El primero de agosto de 1955, el Instituto Balseiro inició sus actividades con Balseiro como director. Pocos antes de su muerte, en una disertación en la Sociedad Científica Argentina, este físico remarcó que “valió la pena haber hecho la tentativa por Bariloche”.

“En el 55, Bariloche era una ciudad chica, poco conectada y la vida patagónica era dura. Con mi padre, sólo vinieron 5 científicos, con sus familias. Fueron sólo 6 años de mi padre en Bariloche pero que fueron fundacionales y dejó un mensaje bien definido. Cuando él se muere, quedó una generación de gente joven que se puso el proyecto al hombro. Si lo pienso, fue tan corto el tiempo que estuvo acá, que tiene que haber sido capaz de dejar un mensaje profundo”, señala Carlos.

La vida en el Centro Atómico

En Bariloche, José Balseiro, su esposa y sus cuatro hijos vivieron en el predio del Centro Atómico.

“Para nuestra generación, era como vivir en un jardín gigante de varias hectáreas. Nuestros amigos iban a visitarnos seguido. Había algunos lugares prohibidos que lo hacía aun más interesante. Había un bosque donde nos perdíamos. Y en la carpintería, robábamos pedazos de madera para hacer espadas”, describe Esteban.

La hora del almuerzo reunía a toda la familia aunque según recuerdan los hijos, el silencio no se negociaba ya que la pareja escuchaba las noticias por Radio Nacional. “Me acuerdo que no se entendía nada, sólo se escuchaba un ruido horrible. Pero mi padre también era muy juguetón. Una vez agarró un sifón y nos bañó a todos. Mi mamá lo retó así que no volvió a hacerlo”, recuerda Carlos.


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