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Colectivo Al Margen



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BOLICHES DE CAMPO

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BOLICHES DE CAMPO

Desde el siglo XVIII en adelante y luego de la conquista del Desierto la Patagonia comenzó a poblarse en mayor medida de inmigrantes europeos, los nativos sobrevivientes a esta masacre, disfrazada de guerra, buscaban un pedazo de tierra donde asentarse con sus familias.

Despojados o sometidos por el Gobierno Nacional que nunca les reconoció los derechos, una vez asesinados o rendidos los caciques y deshechas sus tribus, buscaron en el seno de su tierra poblar con ganado (que introdujo la cultura occidental) y así entraron en el circuito económico capitalista propuesto como modelo de país desde aquellos tiempos.

Esto trajo aparejado que cada poblador que se asentaba en lugares imposibles de acceder, sino a lomo de caballo o de carros tirados por mulas, comenzara a producir pelo y lana que era el medio de subsistencia para él y su familia.
Se abrieron caminos que, con el propósito de comunicar un lugar con otro, también fueron la vía para que lleguen los mercachifles, compradores de los productos derivados de la ganadería y las pieles de la fauna regional.

El mercachifle era el que con un carro pasaba puesto por puesto y en pos de su buena ganancia troqueba por los víveres necesarios para el paisano que no tenía otra forma de llegar a obtener los insumos como yerba, tabaco, harina y el tan preciado alcohol.

En cierta medida el mercachifle cumplía un rol de vendedor ambulante, solo que la mayoría de éstos, comenzó a mirar con buenos ojos la cantidad de tierras productivas que habían y que les podrían ser útiles aparte de la ganancia que obtenían con lo que compraban y vendían en los pueblos donde se acopiaba la producción.

Muchos de estos vendedores tuvieron la brillante idea y a fuerza de empeño situaron un boliche, lo cual cambió su metodología de trabajo; ya no salían a vender, sino que los pobladores traían sus frutos y los dejaban en el boliche. Empeñados o a cambio de lo mínimo indispensable siempre salían perdiendo y vaya casualidad, el comerciante acrecentaba su capital.

Pero no todos los bolicheros o comerciantes eran de esa talla, algunos han servido a los lugareños en lo social y económico y muchas veces han sido de vital importancia en situaciones tristes que le ha surgido a algún vecino.

Sobre la Ruta Provincial Nº 40, en el Departamento Paso de Indios, Chubut, entre las lomadas rojizas y a la vera de un arroyo dónde crece la sampa espesa y las botellas requemadas con el sol destellan un brillo opaco, se divisa una casita blanca. Auque han volteado algunas piezas, el salón que era boliche se mantiene, ahora es un puesto donde algún peón solitario pasa los inviernos.
Otrora en los años sesenta ese fue el Boliche de Scarra; hoy los lugareños lo llaman Boliche Viejo, valga la redundancia hace mas de treinta años que cerró, pero las anécdotas están intactas.

Este boliche lo hizo el chileno Vargas…¿ viste como trabajaba la piedra y el adobe?” – Murmura don Ventura, un poblador de la zona- . Y agrega; “para el paredón acarreamos piedras en el camioncito de mi finado padre, un internacional viejo de que arrancaban a manija… fue allá por el 50, yo era muchachito, después esquilábamos acá a tijeras, las fiestas que se hacían con acordeón y guitarra,duraban dos o tres días… después Scarra se fue y se cerró en el sesenta y algo…hasta pelearon a cuchillo ac”á…

Ciriaco Rufino quien nació y se crió en estos parajes completa
– venía gente de todos lados, a las carreras que se hacían acá, de El Escorial, de Lagunita, de Yala…sí, se juntaba mas gente… ahora está tapera- y se recuesta sobre el paredón del patio.


Como este boliche, han existido muchos en toda la Patagonia, y han sido como un folcklore regional que de a poco se ha ido perdiendo. Unos cerraron porque la gente a partir de los años 60 y 70 buscaba otro porvenir en la ciudad. Vendieron las tierras a precio reglado o se la cambiaron a algún adinerado que les dio cuatro paredes y un porvenir de miseria y sin esperanza; el desarraigo y la conquista amparada en las leyes, de la que todos sabemos.

Bajada del Diablo es una pequeña aldea, tiene comisaría y unas pocas casas. No tiene escuela ni hospital, pero ES parada obligada para el que transita la ruta desde la costa de Chubut hacia el centro norte o hasta la Línea Sur de Río Negro. Aquí hay un boliche. En él se puede conseguir lo necesario para el transeúnte; agua caliente, cerveza, vino, golosinas o alguna bebida blanca para pasar el frío invernal de la meseta.


“Y… este bar no se cuantos años debe tener, capaz que cincuenta o mas - dice Pablo Roberts – yo lo tengo hace pocos años pero antes estaba don Gómez, ni se que tiempo lo tuvo él”-.

Después de escuchar unas milongas por un interprete local, que revalora las costumbres de estos pagos, tomamos un refresco en el Bar El Palenque, y seguimos andando la huella.

Al llegar a Trelew lo encuentro a Edgardo Kholer, un nativo de Gastre –
pueblo renombrado en estos últimos años -, mezcla de alemán con paisano, es un campesino que se largó del campo para estudiar, y aquí anda, entre el asfalto caliente y el ruido ensordecedor de la ciudad. A modo de matar la nostalgia también rememora las costumbres camperas, de los boliches y sobre todo del hombre que pasa años enteros sin ver un pueblo, y nos dejó este ensayo, que para mí, es tan bello como el trino de la calandria o el atardecer Patagónico.


X Tony Martínez, desde Trelew

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