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SALIO REVISTA AL MARGEN Nº 60

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EDITOTIAL Nº 60

El pibe del alto

El pibe del alto me mira esquivo, tiene los ojos vidriosos. “Consumo problemático” es la nueva etiqueta, eufemismo para definir alcohol, marihuana, cocaína, pastillas y otras formas de escaparse un poco. Tiene la ropa cara y sucia, las zapatillas son siempre importantes; tal vez sirven para correr más rápido, como corrió esa vez después de enfrentarse duramente al padre que, como muchas noches, llegó borracho a pegarle a la madre que también había tomado. Después el padre y la madre estaban enojados con él. Nunca entendió bien eso, pero empezó a estar más en la calle, que tiene códigos más claros, y a la casa ya vuelve poco, y esos días siempre toma.
Hay otro pibe al lado del primero. Este siempre tiene el celular tocando cumbia, mueve la cabeza de arriba a abajo siguiendo el ritmo, la mirada vidriosa como casi todos. Siempre mira para abajo, se calla indulgente, vuelve a bajar la cabeza. Ladran unos perros por allá, vuela mucha tierra, siempre vuela mucha tierra en esta época del viento.
Otro pibe está inquieto, mueve mucho las piernas, coletazos de otro consumo problemático más problemático. Este se hizo literalmente en la calle, la madre lo parió a los 14 y a los pocos años se fue con otro hombre y quedó solo el pibe del alto, en patas, chiquito con mocos permanentes, de acá para allá pidiendo algo para comer. También chiquito aprendió a robar y empuñó un arma. Las escuelas se lo sacaron de encima una tras otra. Algunas personas empezaron a ayudar: ropa, un poco de comida, una palmada, una casillita de cartón en un fondo, alguna pobre ayuda estatal. Increíblemente, hoy es un hombre muy bueno. Debería ser todavía un pibe pero ya es un hombre que changuea; de repente se le escapa un chiste pavo y se ríe a carcajadas. Es un pibe, no sabe que es un héroe.
El pibe callado de más allá tiene marcas en el cuerpo. Él no cuenta mucho pero los amigos van completando con frases cortas la historia. Unos años atrás estaba metido hasta el cuello: le debía mucho al transa del barrio. Un día lo paró la policía; creyó que, como tantas veces, sólo lo hostigaban por ser un pibe del alto vestido de pibe del alto, pero no, esta vez lo subieron al coche, le apuntaron, y le dijeron que lo iban a ayudar a devolver lo que debía: solo tenía que estar en la esquina indicada a la hora indicada; lo llevarían a otro lugar de la ciudad para robar unas casas grandes, evidentemente no debía preocuparse por la policía, después lo pasarían a buscar y con lo logrado iría pagando la deuda de a poco. Las marcas son de cuando dijo que no lo quería hacer más.
Los pibes reunidos cuentan historias del fin de semana. En casi todas descontrolan por los “consumos problemáticos”. Lo que hacen en ese estado es motivo de largas risas. Muchas veces las historias incluyen peleas con puños, facas, armas. Hay muchas armas en los barrios, se consiguen baratas. Naturalizaron hace rato el estado de violencia que los rodea. Esa es la vida, hay que adaptarse.
Hay otros pibes, hay cientos de pibes solos que se juntan por ahí. Casi ninguno tomó leche con galletitas sobre una mesa con mantel de tela floreada mientras miraba los dibujitos después de hacer la tarea. Casi ninguno se acuerda la imagen de su padre llegando del trabajo agotado, protestando por algo, pero con la autoestima alta por la satisfacción de mantener una familia dignamente. Casi ninguno tuvo abuelos que lo acariciaran y lo malcriaran llevándolos a la calesita. Ni jugó con sus hermanos en un patio inexpugnable, ni aprendió a andar en bicicleta sostenido por su papá. Son pibes de los barrios, se pelean entre ellos, hacen lo que pueden; no hay escuela, no hay trabajo, no hay gimnasio, solo queda ir viendo qué pinta. A veces pinta mal, por eso hay que tener buenas zapatillas.
Fernando Fernández Herrero
 

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