Colectivo Al Margen

�Todo Piola?

Brian tiene 16 años recién cumplidos, mirada seria, sonrisa dura, camina con la frente alta y el ceño fruncido. De movida te parece mas grande; brazos curtidos en el trabajo desde chico, y mucha calle, muchísima. Brian hace un tiempo caminaba por las calles de esta ciudad por el filo de un cuchillo recién afilado; de un lado los talleres de oficios con organizaciones sociales y esbozo de proyecto de vida. Al otro lado, un abanico amplio de rebusques, reventas, tejes y manejes para sobrevivir en los costados del Bariloche que no sale en la postal turística. El filo de ese cuchillo era finito como un piolín y estar de un lado o del otro no cambia el buen corazón del guacho ni su parada ante una vida difícil que cualquiera de nosotros no hubiera elegido para sus hijos. En los últimos meses, Brian andaba “enfierrado” porque tenia “bronca” con gente pesada del barrio. El mercado de armas no sabe de edades, códigos penales, derechos de infancia; en cualquier barrio del alto se consiguen armas por plata o especias...

Así como si nada, el fierro se paseaba en la mochila junto a un cuaderno gastado y recortes de madera que iban tomando forma tarde a tarde en el taller de carpintería. Todo podía haber salido bien, y el 32 largo haber vuelto al transa del barrio, convertido en algo rico de fumar, o haber tomado forma de corderito para las fiestas. Pero no. El puto destino, ese que te cambia la suerte de la noche a la mañana sin saber por qué, se sumó a un par de copetes en una tarde de domingo de verano. La cotidiana violencia que Brian veía en su casa lo ponía de mal humor y su cara iba cambiando de formas. De ahí hasta la mochila donde todavía quedaban restos de esperanza y proyectos de vida, había unos metros nomás. Un relucir de caños negros y brillantes que asustarían al más guapo, palabras cruzadas, puteadas que atrasaban meses y cosas no dichas que explotan en un jaleo de gatillo. Y otro. Y otro. Y otro. Y otro más.

Gritos en el alambrado de al lado, piernas que corren, y al rato por fin, sirenas azules y rojas.

Sangre por el piso y a prepararse que se puso viscoso. Ropa prestada, casa de amigos, los descartes necesarios, celulares que arden de palabras extrañas y códigos aprendidos tras las rejas. Salir corriendo por calles empinadas, pasar a buscar billete, y a esperar a escuchar la radio.

Brian se abraza y llora con los primeros que se le cruzan luego de una noche sin dormir. Ya no piensa en que salga un trabajo piola, ni en vender muebles. De la maestra que lo quiere una banda ni se acuerda. El sueño del terreno propio y la casilla terminadita pasan a segundo plano. Ahora sí, se pincho todo. A remarla en esta sociedad de mierda que te condena ante que te juzguen. A ver tu nombre en el puto diario que te pone en la tapa. A escuchar que los que tienen la panza llena hablen mierda de vos y te quieran ver muerto. A sentir que esta vida, es la que te toca si naciste en un rancho frío, de un barrio pobre, de una ciudad hipócrita. A saber que ni siquiera tenés para pagarte el abogado. A conectarse con la tumba y sus códigos. A no tener más esperanza que una pared descascarada frente a tus ojos varias horas al día, día tras día. A cebar mates dulces, que para amarga esta la vida.