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Bariloche, viernes 09, mayo 2025
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Noticias de hoy

Donde nace la Ruta 40

Es un día de sol, no hay ninguna nube a la vista y el poco viento que se siente por suerte está a nuestro favor. Paramos justo enfrente de un gran cartel que con sus letras algo borrosas por las inclemencias del clima y el paso del tiempo nos indica que después de 132 kilómetros nos encontraríamos con el kilómetro 0 de la Ruta 40 en Cabo Vírgenes, en el extremo sur de Santa Cruz.

Miramos la larga e infinita recta enripiada, acomodamos nuestros cuerpos en las bicicletas y empezamos a rodar. Los primeros kilómetros nos resultan tranquilos. La ruta, a pesar del ripio, es fácil de transitar. Pero a medida que avanzamos, los cascotes de piedra se vuelven cada vez más grandes y cada tanto, aparecen caprichosamente "serruchitos" de tierra haciendo que nuestras bicicletas peguen pequeños y molestos saltos para nada bienvenidos por nuestras espaldas y cuellos que cada tanto nos reclaman parar. También nuestros ojos quieren que frenemos después de varias horas observando las imperfecciones del suelo.

Lo que quieren es mirar por unos minutos lo que nos rodea, tomarse una pausa y simplemente ver ese extraño paisaje al costado del camino. Cansados después de dos duros días pero ansiosos por llegar, festejamos al pie del gran cartel verde que da inicio a la Ruta 40.

Estar en el km 0 tiene un sabor especial. Ahí empieza un sueño, una búsqueda, un camino. Pensábamos quedarnos en Cabo Vírgenes solamente dos días, pero uno propone y el viento dispone. Una casita abandonada de Prefectura Naval es nuestro refugio, aunque cuatro noches en una de las zonas más ventosas del país terminarían siendo una de las primeras pruebas de hasta dónde podrían llegar los límites de nuestra paciencia.

Al quinto día, partimos hacia Río Gallegos. El viento, a pesar de haberse calmado un poco, se sigue sintiendo. Vamos despacio y fastidiosos. En la mitad del camino sentimos un camión que empieza a bajar su velocidad. Cuando logra estar a la par nuestra, se asoma por la ventanilla un hombre de unos 50 años que levanta el brazo y nos saluda. Al escuchar una tonada familiar en nuestra voz, nos grita: "¡Ah!, ¿son argentinos?" Después de contarle nuestros planes de recorrer el país en bicicleta y las terribles ganas de comer unas ricas milanesas, Ricardo nos invita a su casa en Río Gallegos para que sigamos conversando. Cuando llegamos y entramos al comedor, vemos en el medio de la mesa un plato lleno de milanesas recién sacadas del horno y tres copas de vino para que sigamos la charla que había quedado pendiente en el medio de la ruta. Ricardo nos adoptó por dos días, tiempo suficiente para que nos sintiéramos parte de su familia.

Viajando a 8 km por hora

Retomamos la ruta un día frío, nublado y en el que no podemos pedalear a más de 8 km/h por el viento. Las bicicletas se sienten más pesadas que nunca, las ruedas giran en cámara lenta y nos invade cierta angustia por el sólo hecho de pensar que no vamos a poder llegar a ningún lugar. Todo se complica aún más cuando nos damos cuenta que nos estábamos quedando sin agua (la noche anterior pensamos que la estancia que marcaba el mapa iba a tener sus puertas abiertas, pero encontramos un candado en la tranquera). Seguimos avanzando y por horas no vemos pasar ni un auto. En eso distinguimos un puntito amarillo en la ruta, que después de varios minutos, se convirtió en una máquina niveladora de Vialidad Nacional. Paramos un rato a descansar en la banquina y la máquina cruza la ruta hacia nosotros. Como si supiera que algo nos estaba faltando, el operario nos mira, abre la puerta y nos hace sólo una pregunta: "¿Necesitan agua?" Llenamos las caramañolas y en silencio, vemos a nuestro salvador irse hasta volverse otra vez un puntito amarillo en el horizonte.

Las sorpresas del camino

Después de unas cuantas horas y varios kilómetros, llegamos a un pueblo llamado Bella Vista. El sol empieza a caer y cuando vemos el reloj, son casi las 7 de la tarde. Guiados por la intuición y la necesidad de pasar la noche bajo un techo, vemos una estancia al costado de la ruta que con sus antiguas construcciones de madera y techos rojizos nos invita a pasar.

Nos recibe un joven de 14 años con una boina negra, camisa blanca y pantalones manchados con tierra. Le preguntamos si podíamos quedarnos ahí y nos dice que su papá, el patrón, seguramente no va iba a tener problema. Sale corriendo a buscarlo y cuando vuelve, nos hace pasar a la casa donde descansan los peones y nos muestra el pequeño cuarto donde íbamos a poder dormir. Ya cómodos y pensando en lo que teníamos para cocinar esa noche, se acerca otro peón que con una suave y pausada voz nos dice: "La cena está lista". Salimos del cuarto con una sonrisa de oreja a oreja y lo seguimos, pero en lugar de encarar hacia la cocina, vamos hacia el fondo de la casa. Escondido detrás de unas chapas, vemos un cordero que estaba ardiendo a la estaca hacía unas cuantas horas. Conocemos al patrón, saludamos a los otros cuatro peones de la estancia y juntos, compartimos la cena. Por segunda vez en el día, la ruta nos guiñó el ojo.

Nuestra próxima parada sería El Calafate. No teníamos un lugar donde parar, así que antes de salir empezamos a buscar hosterías a través de Internet. "Si les mandamos un e-mail contándoles sobre el viaje quizás alguien del otro lado quiera recibirnos unos días", dijimos. Así fue que conocimos a María Elena, una mujer que después de leer nuestra historia nos invitó a su casa. Justo cuando llegamos ella estaba saliendo para su trabajo. "¡Por fin llegaron!", nos dice con una voz muy cálida y amigable. Con sólo mirarnos ya sabíamos que nos íbamos a llevar muy bien. Después de unas horas compartidas, descubrimos una mujer sencilla, transparente, amante de la bicicleta, los viajes y la libertad. Tan cómodos nos sentimos que nos terminamos quedando en su casa 15 días.

En ese tiempo, aprovechamos para conocer el glaciar Perito Moreno y el lago Roca, dos lugares mágicos de Santa Cruz. Después de estas mini vacaciones, volvemos a retomar la Ruta 40 para ir hacia El Chaltén, un rinconcito lleno de energía al noroeste de la provincia.

En la próxima entrega, "Al encuentro del Fitz Roy"
Jimena Sanchez Fotos: Andrés Calla lavidadeviaje@gmail.com


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