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Acomienzos de los 90, un grupo de jóvenes que participaban en una ONG se consagró a identificar y señalizar árboles añosos que estaban a la vera de las avenidas Bustillo o Pioneros. Casi tres décadas más tarde, es difícil advertir esas señalizaciones y más triste aún, algunos de esos cipreses o coihues centenarios ya no están. En un contexto en el que cierta modalidad de desarrollo inmobiliario se considera valorable, ¿tiene sentido preservar árboles? ¿Qué nos dice la supervivencia de un ejemplar con siglos de existencia? ¿Alguien se preocupa en el sector público por la temática?
Para acercarnos a probables respuestas, El Cordillerano acercó estos y otros interrogantes a Javier Grosfeld, reconocido biólogo con actuación en el noroeste patagónico, investigador del CONICET y docente universitario que también supo pasar por la gestión pública en la provincia de Río Negro y la Administración de Parques Nacionales. Para empezar, estableció que “un árbol viejo se vuelve notable cuando rompe con lo habitual por su tamaño, su forma, su presencia tangible en lugares urbanizados o por el vínculo cultural que la comunidad establece con él”.
En efecto, “en zonas donde el paisaje natural fue muy modificado -como Bariloche y sus alrededores- un ejemplar antiguo resalta porque es, muchas veces, un sobreviviente silencioso de épocas pasadas. Un coihue de gran porte en medio de un barrio, un ciprés que resistió décadas de incendios o un alerce que brotó antes de que existiera el concepto de Argentina no son simplemente árboles: son testigos vivos de la historia ecológica y social del territorio”, definió el especialista.
Desafortunadamente, “no existe hoy un catastro público de árboles veteranos en la ciudad, pero sí hay registros y conocimientos dispersos”, destacó. “En áreas urbanas y periurbanas, aún existen muchos árboles destacados por su edad: los coihues, cipreses y arrayanes en el Parque Llao Llao o las lengas y cipreses en la parte alta del arroyo Ñireco”, ejemplificó. “A los costados de las rutas Pioneros y Bustillo suelen observarse también ejemplares muy añosos, inclusive ciertas calles se han modificado para respetar alguno de esos individuos. Y en las laderas de los cerros Ventana, Carbón, Otto, Bellavista, Goye y otros, aún persisten numerosos árboles centenarios”.
Estableció Grosfeld que “no hay estudios sistemáticos sobre la edad de los árboles urbanos de Bariloche, pero sí existen antecedentes valiosos, aunque dispersos, de identificación de árboles longevos o patrimoniales, impulsados principalmente por investigadores, organizaciones sociales, vecinas/os comprometidos y docentes o referentes de espacios protegidos”. Puso como ejemplo que “desde el histórico ciprés de Moreno, entre comillas, que bien pudo tener al mismísimo Sayhueque sentado a su sombra y que fuera talado en 1958 para que no frenara el progreso -de nuevo entre comillas- la sociedad de Bariloche ha reconocido a algunos de estos ejemplares longevos”.
Identificación vecinal
En esa línea, “la Comisión de Arbolado Urbano y en algunos barrios, como Villa Los Coihues o Llao Llao, los propios vecinos han identificado árboles destacados por su tamaño, antigüedad o ubicación simbólica: coihues enormes, grandes cipreses o los singulares arrayanes que crecen en nuestras costas”, resaltó. Sin embargo, “muchos han sido talados o simplemente no son reconocidos como parte del patrimonio natural, mientras que otros mueren por la construcción de nuevas infraestructuras que las afectan severamente”, cuestionó.
Para el biólogo “identificar y reconocer árboles muy antiguos no es solo un acto de conservación, sino una forma de poner en valor algo mucho más profundo. Desde lo ecológico, estos árboles son fundamentales porque almacenan carbono previniendo el cambio climático, ofrecen hábitat y sostienen redes de vida y también registran en sus anillos la historia del clima, las sequías y los incendios, siendo una ventana abierta al pasado ambiental del lugar”.
Pero, además, “desde lo cultural algunos árboles pueden estar ligados a prácticas ancestrales del pueblo mapuche, a historias de pioneros o simplemente a la memoria de un barrio, como el coihue gigante que estaba en la entrada de Península San Pedro. Desde lo educativo y comunitario, son recursos valiosos para la educación y sensibilización ambiental ya que nos permiten hablar de los cambios en el espacio y el tiempo, de la resiliencia, de la identidad y la relación con el paisaje, con el ejemplo de seres vivos tangibles que nos trascienden. En otras partes del mundo se les llama árboles patrimoniales y existen programas para registrarlos, protegerlos, e incluso integrarlos a recorridos turísticos o escolares”, sugirió.
El retroceso boscoso es selectivo. “Los árboles longevos se conservan en lugares difíciles de acceder, como quebradas, faldeos con mucha pendiente o islas como la Huemul donde también hay un bosque centenario. En esas condiciones pudieron sobrevivir escapando a la tala, al pastoreo o a los incendios. En cambio, zonas planas, costeras o de fácil acceso -como buena parte del casco urbano, la zona entre Pioneros y Bustillo, valle del Ñireco, la pampa de Huenuleo o la península San Pedro- fueron transformadas por loteos, chacras o incendios recurrentes”, señaló Grosfeld. “Allí, los árboles antiguos son muy escasos y en general sobrevivieron por alguna acción comunitaria o individual de protección. Esto nos revela algo importante: un árbol antiguo no es solo viejo, es el signo de un lugar que resistió. Resistió al fuego, a la motosierra, al crecimiento urbano sin control. Y muchas veces, resistió porque alguien -persona o comunidad- lo decidió así”.
No obstante, existen. “Bariloche tiene cientos de árboles con más de un siglo de vida, con numerosos ejemplares de más de 300 años, siendo los más longevos los cipreses que se encuentran en los faldeos del cerro Leones (Tequel Malal), con individuos cuyos nacimientos fueron fechados desde el año 1539, pero que podría albergar individuos que superarían los 1000 años”. Que Dina Huapi sea consciente de tamaño tesoro…
A propósito, “crear un registro comunitario de árboles patrimoniales permitiría no solo conservarlos, sino también narrar historias, construir identidad local y pensar un urbanismo más amigable con la memoria ecológica de Bariloche. No se trata solo de mirar el árbol por su edad o tamaño, sino de ver en él la historia que encierra y la posibilidad de un futuro con raíces más profundas”, exhortó el biólogo. Hay miradas que deberían ir más allá de la próxima temporada turística.