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Maravillas del Nahuel Huapi: crónica de una expedición en kayac
Maravillas del Nahuel Huapi: crónica de una expedición en kayac
Por Jimena Sánchez
lavidadeviaje@gmail.com
Un sol que raja la tierra, brisa de verano y calorcito de yapa. Así amanece el día de la partida.
El Nahuel nos espera como raras veces se lo ve: pacífico, quieto, como la pileta del jardín de una casa.
El kilómetro cero es en Bahía López. Ahí nos esperan tres prefectos que con una carpeta y un ckecklist en mano revisan con lupa que todo el equipo esté en condiciones. Una vez que está todo listo, nos despedimos de la tierra y le damos la bienvenida a estas aguas titánicas con las que vamos a convivir durante más de 15 días.
El Nahuel Huapi es un lago de origen glaciar compartido entre las provincias de Río Negro y Neuquén y vive dentro del primer Parque Nacional de la Argentina, el Nahuel Huapi.
Es el cuarto lago más grande de nuestro país y tiene siete brazos o ramificaciones: Campanario, Huemul, Última Esperanza, Rincón, Machete, Blest y Tristeza.
Almuerzo en la península
A las 12 del mediodía, y después de remar dos horas sin parar, paramos a almorzar en la península San Pedro. Estacionamos los kayaks entre unas rocas, sacamos una de las cuatro bolsas de un kilo de frutos secos que cargamos y notamos que hay un exceso de pasas de uva: de 10 frutos secos, 7 son pasas. Deducimos que a la semana ya las vamos a odiar.
Las horas pasan y avanzamos en piloto automático. Entramos en el brazo Campanario y la luz dorada del atardecer vuelve este instante surreal: vemos los mil y un colores del fondo, la luna se asoma llena y de una de las casas que está sobre la costa empieza a sonar una ópera de Pavarotti a los cuatro vientos. Frenamos en una playa y nos damos nuestro primer bautismo en estas aguas fantásticas. Con los últimos rayos del sol llegamos a playa Bonita, nuestra parada del día. En total remamos 40 km. Nuestros primeros 40 km en el Nahuel Huapi.
Hacia isla Huemul
Al otro día salimos de playa Bonita con una leve brisa del este. El reloj marca las 11 de la mañana y la proa del kayak apunta hacia la isla Huemul en una diagonal de un km. En este lugar se dieron los primeros pasos en la investigación de la energía nuclear en Argentina. Hoy es solo un área protegida de 75 hectáreas. Su nombre proviene del apellido de un antiguo poblador, Bernardino Guenul, que por alguna cuestión que desconocemos (quizás por una deformación fonética o por referencia a una especie de ciervo nativa) se transformó en Huemul.
Nos alejamos de la isla y avanzamos hacia el centro cívico de Bariloche. La noche nos encuentra en Dina Huapi, una localidad a 15 km al este de la ciudad.
Batalla contra el viento
Al día siguiente el lago está irreconocible: su color azul plomo, sus olas pronunciadas y las ráfagas que se empiezan a levantar nos dan un poco de taquicardia. Caminamos de un extremo de la costa al otro mientras los kayaks esperan que tomemos alguna decisión.
Dudamos, pero decidimos salir antes de que el clima se ponga peor. Nos ajustamos los chalecos salvavidas y arrastramos los botes al agua sin darnos tiempo a respirar. Una vez flotando, sentimos que el viento va a arrasar con nuestros remos. Lo que hasta hace dos días era un placer, hoy se vuelve una batalla.
Las olas avanzan a paso firme una detrás de la otra, sin piedad. Son grandes y altas y debemos enderezar la proa del kayak una y otra vez. La costa se ve tan diminuta que en lugar de sentir las manos mojadas por el agua las sentimos húmedas por los nervios.
En voz baja le suplicamos a este Nahuel enceguecido que tenga piedad de nosotros y confiamos en que vamos a lograrlo. Avanzamos, pero parece que la costa se aleja. Después de una hora y 6 km, llegamos. Pisamos la tierra sagrada y coincidimos que el día debe terminar acá.
A la mañana siguiente el lago está más tranquilo. O quizás no está tan tranquilo como los dos primeros días, pero si ayer era una especie salvaje, hoy es un animalito del zoológico: nos deja mantener la proa derecha y conversar sin gritarnos.
Regreso al bosque
Nos alejamos de la estepa y nos vamos metiendo otra vez en el bosque. Observamos las copas de los árboles, sus colores y contrastes. Vemos la vida que hay en la tierra, sus bahías puntiagudas y rodeadas de paredones altos, las redondeadas y las que tienen piedras que sobresalen del fondo y que las olas tapan.
La ciudad de Bariloche se convierte en un punto lejano y el cerro Tronador se lleva todos los halagos. Los planes cambian de un minuto al otro cuando vemos el pronóstico de los próximos tres días: viento, viento y más viento. En lugar de seguir hacia el brazo Huemul, decidimos cruzar hacia la isla Victoria para descansar y conocer la isla a pie.
A las 6 de la tarde arribamos a la mágica playa Piedras Blancas y descubrimos que esta isla es uno de nuestros lugares en el mundo.
El recorrido
117
son los km aproximados que remaron desde Bahía López hasta Piedras Blancas en la isla Victoria.
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