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Quiero compartir este whisky con vos

Quiero compartir este whisky con vos





 Este es el mejor whisky que tengo.

Macallan. Select oak. Lo acabo de destapar, oler. Todavía no lo tomé. Bancame un toque que pruebe un sorbo.

Sí, este es el mejor whisky que tengo.

Hace mil años que no lo tomo.

Mentira.

Dos años.

Dos años y monedas.

La última vez fue en mi cumpleaños de treinta. Estábamos en la terraza y bajamos ocho en el ascensor para buscarlo y el ascensor hacía pip, pip, pip, emergencia, sobrepeso, muerte, y Hernán gritaba desesperado hasta que se abrieron las puertas, y ahora, mientras tipeo estas palabras con esfuerzo porque tengo una curita en el índice derecho, ya cumplí treinta y dos hace rato.

Dos años sin probar mi mejor whisky.

Pasa que soy un pelotudo.

Un pelotudo romántico.

Desde chico soy un pelotudo romántico.

Me acuerdo tener tipo dieciocho años, pelo largo, vestido de negro, heavy metal, y mis viejos me traían de sus vacaciones algún chocolate o aceituna rellena con salmón y ajo y la cosa más rica que probaste en tu puta vida.

Porque a esa edad, a mis dieciocho, yo quería quedarme con la casa para mí y sentirme adulto.

Y entonces a la vuelta me traían una exquisitez.

Y yo la comía.

Y me daba cosa.

Porque quería compartirla con alguien, con una mujer.

Pero yo estaba solo.

Desde siempre para mí las cosas saben mejor si las compartís con alguien que amás.

Amo South Park. Lo amo. Pero si no lo miro con mi novia no es lo mismo.

Mi novia fue la que me regaló este whisky, el Macallan select oak.

Fue para mi cumple de treinta.

Me llevó, entre otras cosas, a una degustación de whiskies.

Tengo la mejor novia del mundo.

Me acuerdo que en la degustación había un pelado fornido con un bigote antiguo, de esos que usaban los pelados fornidos que levantaban pesas cuando las pesas eran redondas en vez de discos.

No sé si eso es del pasado de la vida real o de dibujitos animados.

Así de peculiar era ese pelado bigotudo fornido. Te hacía dudar si la vida era real o un dibujito animado.

Y en la degustación te contaban cosas.

Por ejemplo, que el agua que usan para whisky en Escocia pasa por unas florcitas en los valles que le da un gusto a miel.

Qué rico que es este whisky.

Tomé otro trago recién.

Eso es lo que estuve esperando esta noche en el bar.

Volver y destapar este whisky, este y no otro, y compartirlo con vos.

No tengo la más puta idea quién sos.

Pero quería tomar algo con vos.

Y charlar.

Porque el whisky es compañero.

El whisky es un amigo.

Hay cierto diálogo con cada sorbo.

Y creo que el diálogo es importante y escaso.

Por ejemplo, el bar.

Hace unos siete años estaba el Bebu festejando su cumple en el bar.

Al Bebu le dicen Bebu porque él le dice Bebu a todo el mundo.

Seas cana, tipo, mina, viejo, moza, desconocido, amigo de toda la vida, vagabundo, nene pidiendo monedas, el flaco te dice Bebu.

Y el Bebu estaba festejando su cumple.

En el bar.

Buen tipo como él solo, el Bebu.

Anteojitos, canta en un coro.

También es barra brava de Huracán.

Nunca entendí cómo todo entraba en el mismo conjunto.

Pero las noches en el bar a su lado me hicieron dar cuenta justamente de eso, que alguien podía tener anteojitos y cantar en un coro y ser un pan de Dios y decirle Bebu a todo el mundo y ser barra brava de Huracán.

Cuestión es que el Bebu estaba festejando su cumpleaños.

En el bar.

El bar venía de la gripe A.

De la desolación.

Entonces el tipo creía que las leyes eran cosa del pasado y ahí nomás, en la vereda, se armaba un asadito.

Tranqui.

Chorizos nomás.

Invitaba él.

Pero el humo de la parrilla iba justo a parar a lo del paraguayo de al lado.

Y al paraguayo eso no le gustaba.

No le gustaba una mierda.

Llamó a la cana y todo.

Así de poco le gustaba.

Cuestión es que cayó el patrullero.

Y ahí al Bebu, al pan de Dios, le despuntó el barra brava de Huracán en el pecho.

Empezó a tirar los hombros para atrás, a levantar el mentón, a hablar entrecortado, como si cada oración fuese una trompada.

Lo quería matar al paraguayo.

Pero no te lo exagero.

Lo quería matar.

Entendelo al Bebu.

Era su cumpleaños.

Estaban sus hijas, sus amigos.

Había garpado para darle choripanes a todos.

No le sobraba una mierda la guita.

Pero la había juntado y la había puesto.

Y este hijo de puta llama a la cana.

Yo lo mato.

Yo lo mato.

Eso me decía el Bebu.

Yo lo mato.

Y lo frené.

Y fui a hablar con el paraguayo.

Y la verdad es que el tipo estaba en todo su derecho de tener las pelotas por el piso.

Entendelo al paraguayo.

Todas las putas noches tenía el bar al lado, con borrachos en su vereda, su vereda, no la del bar, hablando de pelotudeces mientras él trataba de dormir.

Y ese día, ese día en particular, el del cumple del Bebu, había tenido un día de mierda.

Pero de mierda.

El tipo quería descansar y llega y se tira en la cama y no puede dormir, gira, gira y gira, carburando, repasando una por una sus frustraciones, y de repente huele humo, y ve humo, ve que le entra humo, y el humo sigue entrando, sigue, sigue, sigue, sigue, sigue.

Y sale y ve que están haciendo un asadito en su vereda.

Y llama a la cana.

Y ahí lo traje al Bebu.

Y ahí lo traje al paraguayo.

Y le dije al Bebu que el paraguayo había tenido un día de mierda.

Y le dije al paraguayo que era el cumple del Bebu, que estaban sus hijas, sus amigos.

Y ahí lo abracé al Bebu y le susurré al oído.

Le dije, “Dale un choripán y una birra.”

Y el Bebu me miró, midiéndome.

Y yo asentí.

Y se la dio.

Y el paraguayo fue a hablar con la cana, le dijo que todo estaba bien.

Un pelotudo diría que lo arreglabas con un choripán y una birra.

Pero va más allá.

El tipo quería que lo integren.

Que se dejen de cagar en él.

Y el Bebu quería festejar su cumple, seas su hija, su amigo o el paraguayo de al lado.

Los dos querían que las cosas se arreglen de una manera distinta, pero no podían compartirlo.

No podían charlar.

Lo cual me hace acordar a Amanda Palmer y con eso te dejo de romper las pelotas.

Amanda Palmer es una mina que hace música y pinta y escribe y se aventura en lo que se le cante.

Ahora está casada con Neil Gaiman, que es uno de mis escritores favoritos.

Y de mis personas favoritas.

Ella también es de mis personas favoritas.

Junto con mi novia. No puedo dejar de recalcar lo que la amo.

La música de Amanda Palmer no me encanta.

Es muy visceral, sí, con letras que pueden hacerte llorar.

Si sabés inglés, metete en YouTube y buscá The Bed Song.

Acabo de hacerlo.

Estoy llorando como un hijo de puta.

Ya terminó.

Mi novia me consuela por whatsapp.

La amo tanto.

Pero yo quería hablarte de Amanda Palmer y de charlar.

Amanda tenía contrato con una disquera.

Venden veinticinco mil copias de un disco y la despiden, le dice que fue un fracaso.

Y la mina se acuerda de cuando había sido estatua viviente.

De gente que pasaba por la vereda, quizá teniendo un día de mierda, quizá sin que nadie, ni su pareja, ni sus compañeros de trabajo, nadie, los notara.

Y ella los miraba y les daba una rosa.

Y algunos lloraban.

Y la gente le tocaba bocina y le decían, “Conseguí un trabajo.”

Sin darse cuenta lo que estaba pasando.

Sin darse cuenta el valor de esa charla.

De pedir ayuda.

De dar ayuda.

Sea una moneda.

Sea una mirada.

Y ahí la mina cayó en lo raro que era que a la disquera le pareciera un fracaso venderle un disco a veinticinco mil personas.

Veinticinco mil personas es un montón.

Se acordó de un recital, que cuando terminó un tipo del público le dijo, “Che, perdón. Yo me grabé un disco tuyo hace unos años. No tenía guita. Ahora tengo. Tomá, veinte dólares. Son tuyos.”

Y ahí la mina se metió en una página que le pide a la gente guita para hacer un proyecto.

Pidió cien mil dólares para grabar su disco.

Juntó casi un millón doscientos mil dólares.

No te jodo.

Un millón doscientos mil dólares.

Jamás en la historia de la música pasó algo así.

¿Y sabés cuanta gente puso guita?

Veinticinco mil.

Casi veinticinco mil.

Para la disquera, veinticinco mil discos vendidos eran un fracaso.

Porque no sabían charlar.

Porque no sabían cómo arreglar las cosas de otra manera.

Como el Bebu con el paraguayo.

Como la pareja de The Bed Song.

Como vos con alguien.

Esperando que el otro ceda.

Por eso quería compartir este whisky con vos.

Ahora me doy cuenta.

En el anteúltimo sorbo.

Tenés que charlar.

Tenés que dar ayuda y pedir ayuda.

No esperes hasta que no haya más whisky en tu vaso.

Tenés una puta vida nomás.

¿Te vas a ir sin arreglar las cosas de otra manera?

¿Te vas a ir sin tratar que todos festejemos en la misma vereda?

No sé vos.

Quizá sea yo nomás.

Quizá soy un romántico pelotudo.

Pero siempre creí que las cosas saben mejor si las compartís con alguien que amás.

 

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