Una reflexión sobre el duelo con estudiantes universitarios en Vancouver, Canadá - Fundación IPA

Una reflexión sobre el duelo con estudiantes universitarios en Vancouver, Canadá - Fundación IPA

Por Rafael Wainer

Uno de los muchos efectos de pensar colectivamente el morir, y el después del morir, es visibilizar los procesos internos, emocionales y muchas veces no hablados que existen cuando las personas y los grupos atraviesan el duelo. Pensar el duelo de forma colectiva es pensar no sólo en cómo nos relacionamos con la muerte y la propia mortalidad, sino también en cómo acompañamos a quienes están procesando la muerte de un ser querido, de una persona cercana o incluso desconocida. En los casi dos años que lleva la pandemia del Covid-19, todas las personas de alguna forma hemos pensado en nuestra propia muerte o en la de quienes están a nuestro alrededor.

Aquí en Vancouver, y en Canadá, el verano de 2021 fue también el momento en el que la sociedad toda tuvo que enfrentarse con los fantasmas reales del sufrimiento, la muerte, el dolor y el trauma intergeneracional perpetrado contra les niñes indígenas por generaciones y durante décadas en las (mal) llamadas “escuelas residenciales”, manejadas conjuntamente por el gobierno federal y diversas iglesias. Las noticias sobre hallazgos de fosas comunes y tumbas sin nombres en esas residential schools han reabierto heridas que no habían cerrado del todo. Estos son duelos colectivos que buscan ser expresados colectivamente. Una de las reacciones fue la sanción de la ley que determina el 30 de septiembre como el Día Nacional por la Verdad y la Reconciliación (National Day of Truth and Reconciliation) para reflexionar sobre las prácticas asimilacionistas y genocidas perpetradas por el Estado canadiense contra las Naciones indígenas.

En el último año, en mi universidad (Universidad de British Columbia), también hemos experimentado el morir y distintas formas de duelo que nos han afectado como comunidad. En el verano de 2021, una profesora de mi departamento estuvo desaparecida por días luego de ser vista yendo a una caminata en la montaña. Tres días después, la encontraron sin vida. El director del departamento enseguida ofreció sesiones de terapia de duelo (grief counselling) para profesores, profesoras, instructores, instructoras y estudiantes de posgrado (pero nada para los y las estudiantes de pregrado que la habían tenido como profesora). Nunca se supo bien qué había pasado, pero se cree que fue un suicidio o un accidente, porque desde el principio la Policía dijo que no sospechaban “de ninguna violencia criminal”.

Hace unas semanas, dos estudiantes de 18 años volvían a la madrugada a sus habitaciones cuando un auto se desvió de la ruta por la lluvia y les atropelló; ambes murieron en el acto. El presidente de la Universidad dijo en un comunicado: “Las palabras no pueden expresar la profundidad de nuestro dolor, pero mientras intentamos entender esta terrible noticia, debemos cuidarnos entre todes y estar para les demás. No duden en pedir ayuda de sus docentes, del staff y de la UBC. Cuidarnos entre nosotres y apoyarnos en amigues y en toda la comunidad puede ser lo más efectivo para todes”.

Los ejemplos que traigo son algunos de los muchos que podemos usar para pensar en el dolor y el duelo, en nuestro contexto, y en cómo estamos atravesados por instancias colectivas de muerte, duelo y sufrimiento. Fue por esto que, en una clase, hicimos una actividad grupal en la que les pregunté sobre sus experiencias de duelo. Aquí viene una mini-reflexión en base a los hallazgos de esa actividad. Nada es muy científico ni sigue ningún muestreo estadístico, son sólo las reflexiones de mis estudiantes como respuesta a varias preguntas disparadoras. La materia es de tercer año de la carrera de Sociología y se enfoca en las relaciones entre padres/madres e hijes. Las preguntas que utilicé fueron las siguientes:

(Sin tocar temas demasiado personales)

¿Experimentaron la pérdida de un ser querido cuando iban a la escuela? ¿Cuán difícil fue procesar la pérdida mientras estaban en esa instancia de su educación? ¿Tuvieron maestros y maestras que les apoyaron y que supieron cómo manejar el dolor y el proceso de duelo? ¿Les hubiera gustado que los maestros y las maestras en la escuela hubieran tenido mejores herramientas para ayudarles en sus procesos de duelo?

Como grupo, ¿pueden pensar tres maneras de mejorar el sistema educativo para preparar más adecuadamente a les estudiantes a pensar sobre su mortalidad, el dolor y el duelo?

Las respuestas de mis estudiantes fueron variadas. Hubo quienes manifestaron que sí habían tenido ayuda durante sus procesos de duelo. Por ejemplo, una estudiante contó que cuando estaba en tercer grado una compañera había fallecido repentinamente y que toda la escuela había hecho un duelo conjunto, que habían pasado un tiempo hablando sobre cómo se sentían y que eso la había ayudado en su proceso. Pero la mayoría de mis estudiantes expresaron que cuando encontraban ayuda era más a nivel individual, a través de ciertos docentes, que a nivel del sistema educativo o a nivel institucional. Algunas de las emociones que mis estudiantes describieron debido a la falta de acceso a una educación sobre el duelo fueron: culpa (no poder estar con los abuelos cuando estaban en el hospital), desconexión (no sentirse suficientemente cómodas para poder abrirse a docentes y compañeres), desmotivación (apatía, no querer estudiar), extrañeza (no poder hablar con sus docentes). La mayoría hablaba de que todo era cuesta arriba. Una estudiante contó que pudo hablar con un profesor cuando su abuela falleció; se puso a llorar y el profesor la ayudó posponiendo los exámenes.

En algunos casos, los y las estudiantes narraban experiencias de negación absoluta. Un estudiante contó que una compañera murió en el mar mientras estaban en un campamento y que sus profesores les sacaron los celulares para que no se enteraran. Pero obviamente se enteraron, sintieron mucha angustia y en menos de quince minutos levantaron el campamento y se fueron del lugar. Cuando llegaron a la escuela, había un equipo de consejeres estudiantiles para intentar ayudarles a procesar la muerte repentina de su compañera.

Lo que mis estudiantes ofrecían como consejos desde sus experiencias de duelo en la escuela es que los maestros y maestras, el personal no docente, las directoras y directores y el sistema educativo en general deben estar preparades en una educación fundamentada en lidiar con trauma y duelo, además de tener entrenamiento para trabajar cuestiones de salud mental. También deben poder abrir canales de comunicación y nunca ignorar lo que sea que haya sucedido (como en el ejemplo de sacarles los celulares). Uno de mis estudiantes dio el ejemplo de la educación sexual (similar a la ESI de Argentina): así como hemos aprendido a hablar de maneras inclusivas y adecuadas sobre nuestras diversas formas de sexualidad y los distintos géneros, deberíamos también poder hablar del morir y generar formas creativas de educación sobre el duelo. Otro punto que aconsejaban es buscar una educación que normalice el morir como una parte de la vida.

Las discusiones que tuvieron mis estudiantes en esta actividad grupal (estas preguntas se discutieron en sólo quince minutos, porque también tocamos otros temas) nos muestran la necesidad de ampliar la educación sobre el morir y sobre el duelo en todos los distintos niveles del sistema educativo, incluido el nivel universitario. Lo que hace Fundación IPA a nivel primario y secundario es inmenso y es algo que debe replicarse en todos lados.

Vancouver, octubre de 2021

IPA Ideas Paliativas en Acción